Automóviles Minerva, lujo belga sobre cuatro ruedas de comienzo del Siglo XX
El museo de automóviles antiguos de Bruselas, Autoworld junto con la asociación Belgian Vehicle Heritage (BVH) organizan una muestra de coches Minerva, los cuales, en su mejor momento llegaron a competir con los exclusivos modelos de la británica Rolls-Royce o con la mítica marca española Hispano-Suiza.
El vicepresidente de BVH, John Claes, explicó a Efe que esta asociación fue ‘fundada en 1997, cuando un pequeño grupo de entusiastas de Minerva se reunió para organizar las celebraciones del centenario de la marca’.
En total se exponen 17 Minervas, y de ellos nueve los aporta BVH y el resto pertenecen a la exposición permanente de Autoworld, que incluye algunos de los modelos más antiguos, como la Minervette, los elegantes AL HP 40 o el camión MLT diseñado para transporte.
El origen de la casa Minerva se remonta a 1897, cuando unos jóvenes holandeses, los hermanos Sylvain, Hendrik y Jacques de Jong, crearon una pequeña empresa de bicicletas en Amberes, a las que comenzaron a equipar con motores potentes hasta convertirlas en auténticas motocicletas.
La evolución de la marca belga fue imparable durante estos primeros años y en 1903, la firma presentó sus primeros vehículos de cuatro ruedas, cuya principal característica era una altísima velocidad gracias a motores de gran cilindrada.
‘Desde el comienzo, el fundador de la firma puso la calidad del producto como directriz principal’, afirma Claes.
Eso significaba que el silencio debía ser uno de sus principales componentes, por lo que comenzó a instalar en sus vehículos un nuevo motor conocido como el ‘sin válvulas’, que reducía notablemente los niveles de ruido.
De Jong adquirió la patente del motor sin válvulas, una máquina ideada por el estadounidense Charles Yate Knight, lo que ayudó a que ‘rápidamente comenzaran a fabricar motores para otras compañías y a recibir la admiración del mundo entero’, explicó Claes.
Este motor proporcionaba un gran rendimiento, una menor tendencia a las vibraciones y al mismo tiempo era más silencioso, aunque, por el contrario, el consumo de aceite se disparaba y también aumentaba la complejidad mecánica, y por lo tanto el mantenimiento.
Justo antes de la Primera Guerra Mundial, en 1913, Minerva gozaba de una gran reputación mundial y era conocida por ser el medio de transporte de las realezas, de las personalidades del mundo de la política y de las nuevas estrellas del incipiente mundo del cine.
‘Minerva era considerada como el coche de la gente pudiente. Para que se entienda bien, durante los años 20 y 30, incluso los coches pequeños estaban fuera del alcance de la mayoría de la gente. Los Minerva eran comprados por gente adinerada. ¡Era el coche de los reyes!’, indicó el experto.
El estallido de la Gran Guerra Europea en 1914 paralizó la producción de coches durante los cuatro años del conflicto, y no fue hasta 1919 cuando se retomó la fabricación de automóviles, a pesar de que los talleres quedaron totalmente destruidos.
La marca volvió a su actividad con gran éxito y alcanzó la cúspide de su historia durante la primera mitad de los años 20, al producir más de 2.000 vehículos cada año, en su mayoría destinados al mercado británico.
El fundador de la marca, Sylvain De Jong, murió en 1928 y su sucesor, explicó Claes, recayó sobre ‘un adinerado e inexperto’ Geroge Marquet, lo que causó en parte el declive de la empresa.
El modelo más lujoso de Minerva, el AL 40 HP y que a la postre sería uno de los últimos, se presentó en el Salón del Automóvil de París en 1929, y era un enorme auto provisto de un motor de ocho cilindros de seis mil centímetros cúbicos.
Ese mismo año, con la Gran Depresión y el crac de la Bolsa de Nueva York, el mercado de los automóviles de lujo se hundió.
‘Hoy día y mirando hacia atrás, este relevo en la compañía parece más una cuestión de prestigio que de conocimiento, porque cuando el mercado de coches de lujo se derrumbó, Marquet y su equipo no tuvieron respuestas’, agregó.
De esos legendarios autos se han contado más de 180 en el mundo, aunque quedan sin censar los que estarán en colecciones privadas.
Alfredo López Calbacho