El Nissan utiliza un moderno cuatro cilindros turbodiésel, que consigue una buena cifra de potencia para su cilindrada, mientras que el Jeep se sirve del mismo V6 de tres litros del Grand Cherokee procedente de Mercedes. A pesar del buen rendimiento del propulsor del Nissan, la suavidad y capacidad de respuesta del Jeep es muy superior a la del japonés. El Nissan se muestra muy perezoso a pocas vueltas, y más aún con el nuevo cambio automático de cinco relaciones que acaba de estrenar, una ventaja por comodidad y a la hora de circular por campo, pero se queda por detrás del Jeep y su excelente conjunto motor/cambio automático, asimismo de cinco velocidades.
Glamurosos y eficaces
Las nuevas exigencias del mercado han obligado a estos dos elegantes todoterrenos a adaptarse a los tiempos modernos, y los chasis independientes han desaparecido, lo mismo que los ejes rígidos, aunque el Jeep, más tradicional, conserva el eje de una pieza posterior. También sus motores son dos auténticas joyas; la mayor cilindrada y potencia del Jeep se hace notar con casi 30 caballos más que el Range. Los dos propulsores ofrecen una extraordinaria suavidad y un nivel sonoro realmente bajo; a pesar de su menor potencia, el Range se defiende más que bien ayudado por su magnífico cambio automático de seis velocidades, frente a las cinco relaciones del Jeep.
Propuestas asequibles
A pesar de sus interesantes precios, estos dos diseños son auténticos todoterrenos con reductora, aunque con sistemas tradicionales sin diferencial central, lo que impide que puedan circular en tracción total por asfalto en buen estado. A pesar de ello y de sus ejes rígidos con muelles en la parte trasera, ofrecen un satisfactorio compromiso general, con unas suspensiones ligeramente duras que mantienen una correcta estabilidad y una comodidad notable en carretera. Sin embargo, estas en campo se muestran bastante secas ante las pequeñas irregularidades y con escasos recorridos de suspensión a la hora de afrontar las zonas más complicadas.
En cuanto a ayudas electrónicas y de seguridad, el Kyron está mejor equipado, con control de tracción y estabilidad de serie, además de airbags frontales y de cortina, pero no laterales –no se ofrecen ni en opción–. El Sorento actual no tiene control de estabilidad, pero sí que puede disponer, en función del nivel de acabado, de todos los airbags.
La evolución técnica más espectacular la ha sufrido el Suzuki, que ahora estrena suspensiones independientes en las cuatro ruedas y tracción total permanente, dos elementos que lo elevan de categoría y lo sitúan al nivel de los mejores del mercado. También estrena motor turbodiésel, esta vez un 1.9 de origen Renault con 129 caballos, más que suficiente para mover con alegría al renovado Suzuki, aunque resulta bastante áspero y posee una insonorización interior muy mejorable, además de ir acoplado a una caja de cambios manual de sólo cinco marchas y con un tacto algo duro.
El Toyota ha perdido agilidad y el toque casi deportivo del anterior modelo, pero ahora es más cómodo y estable, casi como una gran berlina. Afortunadamente, ha recuperado el bloqueo del diferencial central –elemento que desapareció en la segunda generación– y cuenta con nuevas ayudas electrónicas, como el control de descenso de pendientes y el sistema de arranque en rampa.
Trabajar de etiqueta
Las últimas generaciones han puesto especial énfasis en una imagen exterior más deportiva y agresiva. El Navara era, hasta el momento, la máxima expresión en este sentido, pero la llegada del nuevo L-200 ha dado una vuelta de tuerca a la imagen de los pick-up con un diseño sorprendente y realmente conseguido. El Isuzu acusa el paso del tiempo y su imagen es mucho más tradicional, aunque con cierto aire de elegancia. En los interiores, ocurre algo parecido; el Rodeo es el menos vistoso y resulta casi pobre frente a los cuidados salpicaderos del Navara y el casi futurista interior del L-200. El Nissan y el Mitsubishi también se desmarcan por la calidad de sus habitáculos y su insonorización, además de ser los más equipados en detalles de comodidad.
El lujo que se impone