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Americano uno, europeo el otro
El abultado segmento de los monovolúmenes de gran tamaño ha perdido protagonismo en los últimos años por estar claramente amenazado por sus propios pupilos de tamaño compacto, que parecen finalmente más adaptados a las necesidades del público europeo. No olvidemos que en Europa cada vez somos más viejos porque nuestras pirámides demográficas adelgazan alarmantemente en los segmentos más jóvenes. En este contexto, las familias con más de cinco miembros dispuestas a viajar todas en el mismo vehículo parecen una especie en vías de extinción. Curiosamente, la saga de monovolúmenes de cada una de las marcas aquí enfrentadas ha engendrado compactos. El Touran de Volkswagen ha sido presentado recientemente, mientras el PT Cruiser de Chrysler es lo más original que existe en el segmento.
Sin embargo, los grandotes no están dispuestos a desaparecer, porque en dos décadas de existencia han hecho un profundo hueco en el mercado. Así, hemos empezado a ver ya las nuevas ediciones de Renault (la decana europea del segmento) y del grupo PSA y Fiat (véase MRyT 248, p. 65). Mientras ello sucede, Volkswagen anunció recientemente la incorporación del motor que aquí probamos, el esperado motor TDI de 130 CV a su Sharan, a la espera de ver pronto la segunda generación -completamente nueva e independiente ahora de Ford– del único gran monovolumen alemán. Fabricado en Palmela (Portugal), el Sharan sin embargo ha vivido su mayor éxito de ventas con el nombre de Seat Alhambra; cosas del Consorcio.
Yankee desnaturalizado
El Chrysler Voyager, es una leyenda viva que puede considerarse el punto de inicio del segmento de los monovolúmenes a escala global, seguida muy de cerca en Europa por ese gran nombre que es Espace. La versión que aquí probamos de este vehículo de concepción estadounidense fabricado en la planta de MagnaSteyr en Graz (Austria) es la LX 2.5 CRD (turbodiesel Common Rail de 140 CV), es decir, adaptado a las necesidades europeas más que a las de más allá del Atlántico, donde el gasoil no se come una rosca. Este Voyager, además, ha tomado apodo de la Warner Brothers. Con ese sello, Chrysler identifica uno de los primeros vehículos del mercado en tomarse muy en serio la fiebre multimedia, ya que incorpora un sistema de vídeo DVD para los asientos traseros, con una pantalla central y dos auriculares inalámbricos, ideal para mantener entretenidos a los peques de la casa durante los largos viajes. Ehem!, bueno, reconocemos que entretiene también a los que no somos ya tan chavales.
El Chrysler Voyager, es una leyenda viva que puede considerarse el punto de inicio del segmento de los monovolúmenes a escala global, seguida muy de cerca en Europa por ese gran nombre que es Espace. La versión que aquí probamos de este vehículo de concepción estadounidense fabricado en la planta de MagnaSteyr en Graz (Austria) es la LX 2.5 CRD (turbodiesel Common Rail de 140 CV), es decir, adaptado a las necesidades europeas más que a las de más allá del Atlántico, donde el gasoil no se come una rosca. Este Voyager, además, ha tomado apodo de la Warner Brothers. Con ese sello, Chrysler identifica uno de los primeros vehículos del mercado en tomarse muy en serio la fiebre multimedia, ya que incorpora un sistema de vídeo DVD para los asientos traseros, con una pantalla central y dos auriculares inalámbricos, ideal para mantener entretenidos a los peques de la casa durante los largos viajes. Ehem!, bueno, reconocemos que entretiene también a los que no somos ya tan chavales.
Motor y comportamiento
‘Póngame poco por favor’
Empecemos comparando sus plantas motrices, que en ambos casos son de una soberbia economía de uso. Tanto el 2.5 CRD como el 1.9 TDI son poco glotones, aunque si hay que inclinar la balanza hacia uno quizás sea el de Volkswagen, al que las homologaciones otorgan un consumo combinado de 6,2 litros/100 km, un litro por debajo de la cifra oficial del Voyager. A la práctica, la diferencia no es tan escandalosa, teniendo en cuenta que un motor con más cilindrada es más lleno en recuperaciones, y ese será un hueco que el 1.9 rellenará subiendo más rápido de vueltas y obligando a más juego de palanca de cambio. Técnicamente, una cilindrada mayor es una ayuda estimable cuando se rueda cargado y por autopistas con fuertes rampas.
En cualquier caso, la diferencia de tara que, a priori, juega en contra del americano, unos 60 kilos, no parece un agravante notable. La autonomía es muy buena en ambos monovolúmenes, con depósitos de 70 litros o más (76 en el Voyager), dejando claro que están preparados para recorrer muchos kilómetros.
Sin deporte
En prestaciones, nos encontraremos con un viejo conocido al tratar con el Sharan y con una agradable sorpresa en el Voyager. El del primero es un TDI de Volkswagen en toda regla: muy vigoroso durante el momento de par y muy rápido en llegar a la zona roja del cuentavueltas; el del Chyrsler, sin embargo, juega la baza de la elasticidad característica del Common Rail y, siempre con un ritmo más tranquilo que el de su oponente, llegará a velocidades punta homólogas (aunque inferiores, cifras en mano). En ambos casos, la rumorosidad es aceptable: en bajos, el Sharan gana, pero a altos regímenes su sonido es más audible que el ronco del Voyager. Lo dejamos en tablas.
En prestaciones, nos encontraremos con un viejo conocido al tratar con el Sharan y con una agradable sorpresa en el Voyager. El del primero es un TDI de Volkswagen en toda regla: muy vigoroso durante el momento de par y muy rápido en llegar a la zona roja del cuentavueltas; el del Chyrsler, sin embargo, juega la baza de la elasticidad característica del Common Rail y, siempre con un ritmo más tranquilo que el de su oponente, llegará a velocidades punta homólogas (aunque inferiores, cifras en mano). En ambos casos, la rumorosidad es aceptable: en bajos, el Sharan gana, pero a altos regímenes su sonido es más audible que el ronco del Voyager. Lo dejamos en tablas.
Ninguno de los dos monovolúmenes puede engañar en el comportamiento en carretera, que en ambos está indiscutiblemente orientado al confort. Quizás el Sharan sea un poco más ‘europeo’ y busque un tarado algo más firme de suspensiones, aunque sin olvidar que el socio de Volkswagen para su desarrollo fue Ford (americana, fíjense qué coincidencia), más amante de bastidores blandos. Se pongan como se pongan, las masas que desplazan Sharan o Voyager son demasiado grandes (alrededor de 1.800 kg) para ir haciendo carreras, así que busquemos en el paisaje lentamente visitado nuestro gran compañero de viaje.
Interior
‘Pasemos al salón’
Consideremos que la parte más importante de un vehículo familiar es el que se destina a ubicar la familia y sus bártulos, y en este aspecto creemos que sí hay ganador. Las tres generaciones de ventaja del Voyager han dejado mella en el diseño, más comunitario que el del Volkswagen, que en esencia no deja de ser un turismo con capitoné. El concepto modular de ambos vehículos es ligeramente distinto, ya que en el Sharan se opta por asientos independientes, plegables y extraíbles, en la trasera (con la opción de hacer giratorios los asientos delanteros) cuando en el Voyager la tercera fila es una banqueta corrida y los dos asientos centrales disponen de apoyabrazos e iluminación independiente.
p>El acceso es mucho más logrado en el Chrysler, gracias a las dos puertas corredizas y de accionamiento eléctrico, y la comodidad de los asientos también es mayor que en las banquetas del Sharan, que siempre han tenido una altura insuficiente para alguien que tenga las piernas largas. En cambio, el sistema de climatización sí contempla controles y aireadores para las plazas traseras en el germano-portugués, cosa que falta en el américo-austríaco. En maletero, y siendo honestos, gana el Voyager (430 litros); el Sharan hace trampa al ofrecer como opcional el séptimo asiento, que si se incluye deja la bodega en 256 litros. Si queremos ampliar esa cantidad, en el Voyager tendremos la opción de desplazar hacia delante la banqueta algunos centímetros, aunque desmontarla es verdaderamente complicado; en el Sharan, por el contrario, los asientos de la tercera fila pueden plegarse y desmontarse con mayor facilidad.
p>Finalmente, apuntemos a precios y equipamientos. El Voyager aquí probado es algo menos de 6.000 más caro que el Sharan, pero ándense con cuidado con los juicios precipitados. Para el americano, hay muy pocas opciones que escoger, porque el equipamiento de serie es supremo, mientras el alemán opta por un sistema de compra más europeo, en el que prima la voluntad de personalización del cliente frente a la versión cerrada. Si pusiéramos el equipamiento opcional al Sharan que en el Voyager es de serie (control de crucero, tapicería de cuero, cargador de CD, séptimo asiento), éste quedaría no sólo igualado, sino incluso por debajo del Volkswagen.