Cuando en Seat también se fabricaban octavillas
CCOO auspició el pasado viernes un homenaje a aquel ‘punto de inflexión de los derechos laborales’, en palabras del sindicato. Fue el 18 de octubre de 1971 cuando los trabajadores de Seat, entonces empresa esencialmente del Estado, ocuparon la fábrica como respuesta a los heridos, los detenidos y la amenaza de despedir a medio millar de empleados a causa de las movilizaciones obreras.
Pero, sobre todo, ocuparon la factoría por la muerte de su compañero Antonio Ruiz Villalba durante los enfrentamientos con la policía.
‘Oye, han matado a un compañero tuyo en la Seat’, le comunicaron a Antonio Mayo. Por aquel entonces trabajaba en París, limpiando despachos en el Ministerio de Cultura, y su superior, una exiliada aragonesa con buen dominio del francés, se enteró de la noticia en la sala donde llegaban los teletipos del extranjero, cerrada casi siempre a cal y canto.
Antonio entró en la Seat a mediados los sesenta, pero en 1971 lo acababan de despedir por ‘propaganda ilegal y asociación ilícita’. Dice que le dieron ‘palos por un tubo’ en el cuartel de la Guardia Civil, sufrió cuatro meses de cárcel y, antes de la sentencia definitiva, el partido donde militaba lo evacuó a Francia.
Fueron siete años de expulsión de Seat por sindicalista, y no fue el único. ‘Calculamos que alrededor de un millar de trabajadores de Seat sufrieron represión directa, entre casos de tortura, cárcel, exilio y despido’, asegura el presidente del Memorial Seat, Carles Vallejo.
Lo cuenta rodeado de documentos, fotografías y símbolos de la fábrica que llegó a albergar 34.000 trabajadores y que reúne la exposición ‘Seat, 1950-1977, arquitectura de la represión’, que ahora hace parada en L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona), la que fue ciudad dormitorio de gran parte de los obreros del automóvil.
Vallejo, que lleva trabajando en la empresa desde 1969, subraya que Seat fue ‘la concentración más grande de obreros de España, por lo que sofisticaron el diseño de la empresa y de la represión para que los trabajadores no se les fueran de las manos’.
Hablan de la arquitectura de la represión: una fábrica con militares en el organigrama directivo, antiguos guardias civiles en los servicios de vigilancia, infiltrados del régimen en la plantilla y una estructura social con economato, viviendas para los obreros de los primeros años y una escuela para los hijos de los trabajadores.
Francesc Prieto, hijo de trabajador y alumno de esa escuela, lo recuerda: ‘Hubo un intento, finalmente fallido, para que los hijos de los trabajadores no hicieran bachillerato y para que pasaran directamente a la escuela de aprendices de Seat para ser simples productores’.
Son recuerdos de una época que el Memorial Seat no quiere dejar de recordar: las entradas policiales a las casas, dice Francesc; la cuarentena de vietnamitas para imprimir panfletos, cuenta Carles; la visita clandestina de Antonio al baño para lanzar octavillas.
Para ellos, la ocupación de la fábrica tras la muerte violenta de Ruiz Villalba, que ahora cumple cuatro décadas, marcó un antes y un después sindical, que culminó con la amnistía en 1977 de unos 200 reprendidos.
Incluido Antonio Mayo, el obrero que se exilió a París, que recuerda la alegría del día de retorno a la fábrica, que casi no pudo trabajar con tanto reencuentro, que su encargado le dijo que todo había cambiado, y que los fotografiaron al entrar.
Esa fotografía, de él y de ellos, de libertades restablecidas, preside todavía el salón de su casa. Dice que es la imagen del día en que en Seat se dejaron de fabricar octavillas que pedían libertad.
Por Damià Bonmatí