La filial de General Motors dejará de producir coches en Australia en 2017

‘Es un día increíblemente difícil para todos en Holden, dada nuestra larga y orgullosa historia de fabricación de coches en Australia’, dijo en la ciudad de Adelaida, Mike Devereux, director ejecutivo de esta marca emblemática del país oceánico.

La decisión, que sigue a una polémica sobre la necesidad de subsidiar a esta empresa para que siga operando más allá del año 2020, afecta directamente a casi 3.000 empleados que tiene Holden en los estados de Australia del Sur y Victoria e indirectamente a unas 50.000 personas que trabajan en la industria automotriz.

Tras conocer el anuncio, el primer ministro australiano, Tony Abbott, dijo hoy en el Parlamento de Camberra, que dará a conocer pronto un ‘considerable paquete’ de medidas para recuperar la confianza en el futuro a largo plazo del sector manufacturero en las zonas en las que opera Holden.

La General Motor justificó la medida, que pone fin a más de 60 años de fabricación de coches Holden, a la alta apreciación del dólar australiano, cuyo precio ha aumentado desde 2001 desde 0,50 a 1,10 dólares, es decir que esta divisa es ’65 por ciento más cara que hace una década’.

Además están los altos costes de la producción y un mercado fragmentado en Australia, donde los consumidores prefieren coches de menor tamaño o más económicos como los que ofrecen las marcas asiáticas, así como las ventajas que ofrecen otros países para la producción de coches, explicó el director ejecutivo de la General Motor, Dan Akerson, en un comunicado fechado en Detroit (EE.UU.)

Estos factores han derivado en una caída de un 11 por ciento de la demanda de los Commodore construidos localmente y de un 15 por ciento en las ventas del Cruze de cuatro cilindros en Australia, donde el coste de fabricación de un coche es de 3,750 dólares más que en otras plantas de la General Motors.

Pero más allá del cierre de Holden, que era un secreto a voces que circulaba desde la semana pasada, se pone en la línea de fuego el futuro de una larga tradición australiana de fabricación de coches.

Tras la retirada de Holden, Toyota sería el único fabricante que quedaría desde 2017 con ‘una presión sin precedentes’ sobre sus hombros, tal y como lo expresó en un comunicado.

Toyota, que emplea a 4.200 personas en el país oceánico, ha dicho que seguirá trabajando con sus proveedores, los accionistas claves y el Gobierno para determinar sus próximos pasos y ver si puede continuar operando como el único fabricante de vehículos en Australia.

La crisis del sector automotriz no es nueva en Australia porque las alarmas sobre su futuro ya habían sonado con fuerza el año pasado cuando la Ford anunció que cerrará sus plantas australianas de ensamblaje de coches en 2016 y ocho años antes había hecho lo mismo la Mitsubishi.

La anterior administración del Partido Laborista había puesto en marcha un multimillonario plan para ayudar a la industria automotriz local, pero Abbott insistió la semana pasada que no daría ayudas adicionales a Holden fuera de los 457 millones de dólares (332 millones de euros) prometidos a este sector para el año fiscal 2016-17.

Ahora la guillotina política se posa sobre Abbott, y especialmente sobre su tesorero federal, Joe Hockey, a quien la oposición lo culpa de no haber querido abrir la cartera fiscal para salvar a la empresa, que es uno de los principales motores de las economías de Australia del Sur y Victoria, y mantener miles de puestos de trabajo.

La decisión de Holden ‘podría llevar a la recesión’ a esos dos estados australianos, dijo el secretario nacional del Sindicato Australiano de Trabajadores Manufactureros, Paul Bastian, quien enfatizó que ahora ‘no se trata solo de Holden y de 50.000 trabajadores, sino de toda la industria automotriz’.

Rocío Otoya

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